Talentos. Los científicos de datos, profesionales cada vez más requeridos, tienen capacidades que son signos de una época
Un científico que estudiaba un problema de fraude en una compañía advirtió que el fenómeno era análogo a un problema de secuenciamiento de ADN y logró, juntando dos mundos en apariencia ajenos, reducir dramáticamente las pérdidas. Un profesional de una pequeña compañía minorista utilizó datos de redes sociales para pronosticar con mayor exactitud la demanda de ciertos productos. Así aplican su saber los profesionales que, según pronostican las voces más serias, serán los más requeridos en el futuro inmediato: los data scientists o científicos de datos, una rara amalgama entre hackers, analistas, comunicadores y confiables consejeros, capacitados para encontrar sentido a la enorme madeja digital de información en la que vivimos, que crece de manera exponencial.
En efecto, cada día se crean 2500 millones de gigabytes de datos, lo que equivale a 170 diarios entregados a cada habitante del mundo; en un solo minuto, en las redes sociales se generan más de cuatro millones de publicaciones en Facebook y se suben 300 horas de video a YouTube y, según IDC, para el año 2020 habrá 32.000 millones de dispositivos interconectados -sólo un 20% serán PC o smartphones-, todos generando información. No es extraño que la publicación académica Harvard Business Review haya denominado recientemente a los científicos de datos "la profesión más sexy del siglo XXI" y que la competencia por retener a estos talentos prometa ser aún más feroz que la que se juega en el mercado de los desarrolladores de sistemas. Pero, más allá del condimento empresarial, los científicos de datos reflejan como pocas nuevas profesiones el rostro del mundo en el que ya estamos viviendo.
"¿Qué pasa cuando tu cepillo de dientes sabe más que vos de tu cuidado dental? ¿Cómo cambia eso el cuidado de la salud, la relación con tu dentista, el rol del Estado en salud pública, la responsabilidad de la empresa? Es imposible que eso no genere posibilidades radicalmente nuevas, que van más allá de mejores campañas publicitarias. El desafío y la responsabilidad de los data scientists es entenderlas y aprovecharlas", dice Marcelo Rinesi, un físico que integra el Instituto Baikal y que trabaja desde hace 10 años buceando en datos como free lance. "Más allá de los desafíos técnicos (cada año hay más datos para procesar más rápido con métodos matemáticos más sofisticados), la misión de la ciencia de datos en los próximos 5 a 10 años es entender y transmitir no sólo cómo puede ayudar a los procesos y organizaciones que ya existen, sino qué nuevos procesos y organizaciones que antes no eran posibles hoy lo son", opina.
El término "científico de datos" fue creado en 2008 por los ingenieros Jeff Hammerbacher y J. D. Patil, quienes por entonces lideraban los equipos de análisis de datos en Facebook y Linkedin, respectivamente (hoy, Patil es data scientist de la oficina de Tecnología de la Casa Blanca). Aunque hace décadas que existen variados perfiles dedicados a analizar información, los grandes volúmenes y la variedad de datos que hoy existen han sacado a estos profesionales de atrás de sus escritorios de "nerds de sistemas" para ser una pieza esencial que amalgama universos bien diversos.
La parte menos "sexy"
Los data scientists hacen descubrimientos mientras navegan la información. Son capaces de encontrar patrones y de dar una estructura a una pileta de datos amorfos. Saben identificar fuentes valiosas y, más que buscar datos, mantienen una conversación constante con ellos. Juan José López Murphy tiene ese trabajo desde hace dos años en la compañía de tecnología Globant. Cada nuevo proyecto le demanda entender todo un universo, que puede ir desde cómo funciona una cadena de comercios minoristas hasta la génesis de un producto de consumo masivo. "Depende mucho de lo que cada persona ponga para entender la industria que debe analizar. La curiosidad del profesional de datos es fundamental para obtener los mejores resultados. Una gran parte del trabajo es no tan 'sexy', porque implica limpiar y limpiar datos y reformular la pregunta todas las veces que sea necesario", describe.
No es extraño que sean las empresas que tienen a la información en el corazón de su negocio las que han desarrollado más el concepto de data scientist. Google, Amazon, EMC, Microsoft, Walmart, eBay, LinkedIn, Twitter y Facebook son creadoras de estilos que se replican en todo el mundo. Netflix entrega un premio millonario a los equipos que logren mejorar las recomendaciones de películas de su plataforma.
"Los datos que los científicos deben transformar se originan de fuentes diversas y en simultáneo: sensores de temperatura, medidores industriales, llamados telefónicos, audio y video, registros de compra y venta del mercado bursátil, redes sociales, base de datos, entre otros", describe Pablo Fernández, director de la unidad de negocios de Cloud de Microsoft para Argentina y Uruguay.
López Murphy es ingeniero industrial, pero la formación académica de los científicos de datos es muy diversa. Físicos, matemáticos, ingenieros, astrofísicos y biólogos ocupan estos puestos. En la Argentina, las principales universidades con especializaciones técnicas, como la UTN, el ITBA y UBA, ya comenzaron a ofrecer programas para este nuevo perfil, y los negocios, marketing, diseño y comunicación también están explorando cómo incluirlo en sus propuestas.
No sorprende esa reacción: el mundo académico es uno de los más impactados por el trabajo de la ciencia de datos. Lo cuenta Hernán Badenes, líder de Innovación y Desarrollo del equipo argentino SilverGate de IBM. Badanes trabaja en el proyecto de inteligencia artificial Watson, una de las más avanzadas supercomputadoras que está revolucionando el modo de acceso a la información y lo que se puede hacer con ella. "Podemos cargarlo de miles de millones de papers científicos para estudiar un tema, pero a medida que vaya interactuando con personas, irá aprendiendo más y más. Watson está diseñado para procesar lenguaje natural", explica Badenes. A diferencia de los sistemas tradicionales, en los que se le indica a la computadora qué hacer, Watson simula las capacidades cognitivas de los humanos (aprender, comunicar, recordar y razonar) para analizar cantidades inmensas de datos. Un ejemplo: de una base de 24 millones de documentos sobre la proteína p53, asociada a muchos tipos de cáncer, Watson logró filtrar 70.000 documentos clave y encontrar patrones nuevos para avanzar en la investigación. Una persona tardaría 38 años para lograr lo mismo.
Sin embargo, para expertos de otras disciplinas, la ciencia de los datos tiene otras resonancias culturales. En The Number Sense, How the Mind Creates Mathematics (2010), el neurocientífico Stanislas Dehaene postula que tenemos un dispositivo cerebral que está presente desde el nacimiento y nos confiere "la intuición del número".
Alejandro Piscitelli, filósofo experto en nuevos medios, señala el valor estético de los datos y su análisis. "Las increíbles visualizaciones de la información a manos de talentos como Hans Rossling (Gapminder.org), David McCandless (Knowledge is Beautiful) o Aaron Koblin (Flight Patterns Project) muestran una belleza en los números donde se reconcilian las artes y las ciencias. Para nosotros lo 'sexy' de la ciencia de datos apunta en una dirección diferente: está mucho más ligada a la analítica cultural, pero sobre todo a las humanidades digitales", dice. Señala los trabajos de Lev Manovich (artista y teórico ruso de nuevos medios, autor de Software Takes Command) y Franco Moretti (director del Stanford Literary Lab, que aplica la ciencia de la computación al estudio de la literatura) "que critican el 'shock del presente' en el que nos ha sumergido la digitalización de las prácticas sociales. Más que analistas de datos necesitamos críticos de sensibilidades", agrega.
La masa compleja de información gobal seguirá aumentando. Ellos, ingenieros cognitivos, curadores de preguntas, seguirán con su trabajo minucioso y silencioso, como el de un arqueólogo que busca hasta dar con su descubrimiento, en medio de datos vivos que esperan ser redescubiertos con sentidos nuevos.
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Fuente: La Nación
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